Pasión por la Hipotenusa...

Todas las personas, siempre que actúan, lo hacen para satisfacer primero, una necesidad personal. Esta afirmación (que es un teorema, cuya demostración no es materia del presente escrito), es inevitablemente cierta, porque no podemos encontrar ninguna situación, en la cual las personas actúen buscando satisfacer primero, una necesidad que no sea de ellas mismas. Unos pueden decir, pero es que la mamá que tiene su último pedazo de pan y está con su hijo, a pesar que tiene hambre, decide darle ese último alimento a su hijo, y satisfacer la necesidad de éste; sin embargo, la madre satisfizo primero su necesidad de ser madre, y después el hambre de su hijo; otros podrán decir, pero hay gente que muere por la patria como Bolognesi; sin embargo, Bolognesi satisfizo primero su sentido del deber, quemando hasta el último cartucho… La cuestión es, que no importa como actuemos, ni tampoco importa qué necesidad hemos satisfecho primero; lo que importa es qué se satisface después o mejor dicho, que pasa después de satisfacernos; es decir, las consecuencias de nuestros actos…

Pensando de esta manera, definimos una buena acción como aquella en la cual, luego de satisfacer alguna necesidad personal, satisfacemos la necesidad de alguien más, (persona, personas, animal, animales, cosa o cosas) y resulta que en términos globales, luego de nuestra acción existe algo más de felicidad, tranquilidad o satisfacción, tanto tuya como de a quién o quiénes hayamos intentado mejorar a través de nuestra acción de manera consciente. Del mismo modo, una mala acción es aquella en la cual, luego de satisfacer alguna necesidad personal, perjudicamos a alguien más, y, existirá un tercer tipo de acción a la que llamaremos acción de indiferencia, en la cual, buscamos satisfacer nuestra necesidad personal y no nos importa lo que pase después.

Podemos poner ejemplos para ser más claros: Si vendemos drogas por ejemplo, satisfacemos nuestra necesidad de riqueza primero, y perjudicamos a las personas que la consumen después… Si sentimos hambre, comemos un plátano y tiramos la cáscara al suelo, hemos satisfecho nuestra necesidad y no nos interesa si después, alguien pueda hacerse daño resbalando con la cáscara, como no miramos, tampoco sabemos si alguien se cayó o no, pero como el gato de Erwin Schrodinger (que está vivo y muerto a la vez), alguien se ha hecho y no se ha hecho daño a la vez…

En el primer caso, conscientemente hemos hecho daño, en el segundo caso no nos interesa, y según los principios de mecánica cuántica, hemos hecho y no hemos hecho daño a la vez; por lo tanto, ambas acciones son condenables.

Al ejemplo de la madre, donde satisfacemos después la necesidad de otro, lo llamaremos buena acción, al ejemplo del vendedor de drogas, donde perjudicamos después a otro, lo llamaremos mala acción, y al ejemplo del plátano, donde no nos interesa lo que pase después, lo llamaremos acción indiferente.

Y como de costumbre, los conceptos de lo que es malo y lo que es bueno son totalmente arbitrarios y dependen de la sociedad en que vivimos… Por ejemplo, en el Perú (y en general en los países latinos, se dice que también en la India, Egipto y alrededores), es bueno cruzar la pista a media calle, y si se puede hacer debajo de un puente peatonal mejor; pareciera que si se cruza la pista por el crucero peatonal, nos contagiaremos de alguna enfermedad terrible o nos caerá una maldición. Es más, si vemos a alguien cruzando por el crucero peatonal, es casi seguro que antes de llegar a la otra acera, la persona se salga del crucero para “acortar”, en cualquiera sea la dirección a la que dirija, produciéndose lo que llamo la pasión por la hipotenusa (ver dibujo)…

Uno debe intentar hacer siempre acciones buenas, ¿pero cómo definimos esto si es tan arbitrario? La respuesta está en las sagradas escrituras, (en las de cualquier religión, cultura o filosofía)... Le dicen la Ley de Oro o Regla de Oro, la cual recuerdo me repetía mi madre cada vez que hacía alguna estupidez: “No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti”… Esta Ley de Oro, se expresa de muchas maneras, tanto en positivo como en negativo, por ejemplo, para los cristianos es “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Biblia; Mateo 19:19, Marcos 12:31, Lucas: 10:27-28, Romanos 13:9-10, Gálatas 5:14, Santiago 2:8), para los musulmanes es “Ninguno de vosotros es un verdadero musulmán, hasta que no desee para su hermano lo que quiere para sí mismo” (Sunnah; Hadiz 13), para los judíos es “Trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran a ti” (Shabbat, 31a) y también para los judíos es igual que para los cristianos (Torá; Levítico 19:18), para los budistas es “No hieras a los otros de una forma que tú mismo encontrarías hiriente” (Udanavarga 5:18), para los hindúes es “Trata a los otros como te tratas a ti mismo” (Mahabharata Shanti Parva 167:9), para los taoístas es “Considera la ganancia de tu vecino como tu ganancia y la pérdida de tu vecino como tu pérdida”, (Tao Teh Ching, 49), aparece en el confucianismo como “No impongas a otro lo que no elegirías para ti mismo” (Analects XV, 24), o en el zoroastrismo como “La naturaleza sólo es buena cuando no se hace a los demás nada que no sea bueno para uno mismo” (Dadestan-i Denig 94:5)… Claro que por otro lado, el genial George Bernard Shaw, dijo alguna vez “Do not do unto others as you would that they should do unto you. Their tastes may not be the same”…

La cuestión es, que a lo largo de mi vida, he descubierto que aparte de seguir la Ley de Oro, la otra clave para ser feliz, es que lo que uno dice, lo que uno hace y lo que uno piensa, debe ser lo mismo… O al menos, debe ser coherente, porque muchas veces decir lo que uno piensa puede ser políticamente incorrecto y hasta peligroso… Sobre todo porque siempre se cumple la primera ley fundamental de la estupidez humana: “Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”…

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