¡Consummatum est!...
Mi equipo de trabajo, (lo cual es un decir) porque en
realidad no está todo el equipo, ni tampoco es que todos los que están sean
jefes; mejor digamos que en realidad, es un grupo reducido con el cual discutimos
temas de trabajo, mientras tomamos desayuno todos los días lunes, como
empezando las semanas…
Todo empezó cuando convocaba al Comité de
Administración (que así se llama a este grupo en nuestro Manual de
Operaciones), luego la organización fue cambiando, alguno dejó de ser jefe, alguno
salió de la organización y regresó después en otro puesto, pero siguieron
incluidos en el grupo... y así se formó nuestro"Breakfast Club", que
sería como un Comité de Administración ligeramente ampliado…
La cuestión, es que pusimos la regla que quien sea el
último que llegara tarde a la reunión, pagaría el desayuno de todos en la
siguiente; y además, que no había ninguna excusa para faltar a la
reunión, es decir, si alguien no llegaba o llegaba último, pagaba el siguiente desayuno… Obviamente,
mi idea original era que en un momento dado, todos llegaríamos temprano, y dividiríamos
entre todos el costo; sin embargo, parecería que algunos ya han
presupuestado el gasto, y si bien se empieza a primera hora, nunca empezamos puntual…
Es que siempre hay que esperar un “momento”…
El grupo está conformado por 4 mujeres y 5 hombres; en
cuanto a las profesiones que tenemos, somos 1 abogado, 1 administrador, 1
comunicador social, 3 contadores, 2 economistas y 1 matemático; por estado civil,
somos 2 solteros, 5 casados, 1 divorciado y 1 viudo; 3 no tienen hijos, 6
tienen hijos, de los que tienen hijos 2 tienen niños, 3 tienen jóvenes y 1
tiene hijos mayores; algunos tienen creencias religiosas y otros no, y en
cuestión de intensidades, digamos que 2 son religiosos, 3 dicen que lo son, 2
van a la iglesia a matrimonios y velorios y 2 son ateos… Con este variopinto
grupo, suelen surgir conversaciones de lo más interesantes…
Evidentemente, aparte de los temas de trabajo y las
coordinaciones previas para empezar la semana, suelen ser puntos habituales de
agenda, los comentarios sobre lo que ocurrió en la semana que pasó (o sea,
Cuarto Poder y otros programas similares), lo que hicimos el fin de semana, lo que hicieron los
niños el fin de semana u otros incidentes conflictivos del fin de semana...
El otro día, surgió un tema de conversación, sobre
cómo somos los hombres, propiciado obviamente, por las mujeres del grupo,
respecto a que somos como una especie de gelatina cuando alguna mujer guapa nos
hace ojitos, o nos ponemos como babosos cuando simplemente alguna de éstas pasa
por nuestro costado, y se agregó además que todos los hombres somos iguales y que somos una tira de infieles…
Como siempre he dicho, las mujeres tienen razón en parte.
En primer lugar, los efectos que nos causan las mujeres guapas, con el solo
hecho de pasar por ahí, es un problema de diseño, y si vamos por las teorías
creacionistas, resulta que los hombres en efecto, tenemos un defecto de diseño,
cometido por nuestro creador… Cuando Dios terminó al hombre, le dijo, te tengo
dos noticias, una buena y una mala… La buena, es que te he dotado de dos partes
sumamente importantes, un cerebro y un pene, la mala, es que no tienes sangre
suficiente en el organismo, para hacer que funcionen ambos al mismo tiempo… Y
ahí está la prueba científica-anatómica, que solo somos víctimas de las mujeres
guapas, y que el hombre siempre piensa con la cabeza… ¡Siempre!... lo que debe
determinarse, es con qué cabeza pensó… Por otro lado, mirar no es pecado, se puede estar a dieta, ir a un restaurante, mirar el menú completo, y luego pedir tu dierta; sin que esto signifique que la dieta se rompió... Por lo tanto, si pues, los hombres miramos a las mujeres guapas... Por ello es que estamos expuestos a
sufrir desilusiones, cuya definición aplicable a esta circunstancia, es: Desilusión: “lo que sientes cuando la cara
que voltea no es congruente con el trasero que pasó”…
En lo que no tienen razón las mujeres es :
Primero, si fuera cierto que la mayoría de los hombres engañara a sus mujeres,
lo haría con la mayoría de las mujeres, por lo cual, una de dos: O eso que la
mayoría de los hombres engañan a sus mujeres es una leyenda urbana, o los
hombres somos más chismosos que las mujeres… Y seguramente es una combinación de ambos, pues
como dijo Freud, al ser el sexo del hombre externo, los hombres tendemos a
externalizar nuestras hazañas sexuales, (y este marketing de algunos que sí son infieles, es lo que contribuye a aumentar la leyenda urbana), y al ser el sexo de la mujer interno,
las mujeres tienden a guardarse sus hazañas sexuales…
En conclusión, las mujeres como colectivo, son tan
promiscuas como los hombres, y lo son en la misma medida, pues sea cual sea el
porcentaje de hombres que engañan a sus mujeres, (por ejemplo x%), resulta que
las mujeres que se acuestan con hombres “emparejados” resulta igual a x% (considerando que un pequeñísimo porcentaje engaña a sus mujeres con otros hombres, el cual se compensa con las mujeres que engañan a sus hombres con otras mujeres)… Como
verán, las mujeres deberían tener más cuidado cuando hablan sobre los hombres,
porque resulta lógico deducir con certeza, que las mujeres también son iguales a nosotros, y
peor aún porque las mujeres… ¡No siempre piensan con la cabeza!...
Mi colega matemático J. D. Martin publicó en 1970 su
“Note on a mathematical theory of coital frequency in marriage” (Nota sobre una
teoría matemática de la frecuencia del coito en el matrimonio) donde propone la
siguiente desigualdad, donde Ri es el número de veces que la pareja
de casados hace el amor en el año de matrimonio “i”:
R1 ≥ R2 + R3 + … + Rn
Es decir, la frecuencia de coito durante el primer año
de matrimonio es mayor que la sumatoria del resto de los años siguientes que
dura el matrimonio… Si bien personalmente puedo dar fe que esto no es cierto,
yo propondría (con el perdón de mis amigos católicos), que hoy en día, la
siguiente desigualdad es cierta:
R1 + ∑Ni > R2 + R3
+ … + Rn
Donde Ni es el número de veces que la
pareja hizo el amor durante el año de noviazgo “i” (que incluye los años de
enamorados)…
Claro, ambas desigualdades son totalmente arbitrarias;
pero la primera forma parte de un paper en realidad publicado (lo cual solo demuestra que el papel aguanta todo)… En mi opinión, la desigualdad de Martin se
basa en lo siguiente, que también explica por qué los solteros suelen tener
menos barriga que los casados: El hombre soltero, suele llegar a su casa, abre
su refrigeradora, mira lo que hay, dice “otra vez lo mismo”, y se va a la cama
a dormir; el hombre casado, suele llegar a su casa, destapa su cama, mira lo
que hay, dice “otra vez lo mismo”, y se va a la refrigeradora a comer…
Comentarios
Publicar un comentario